Por Javier Calderón
Cada sociedad tiene un período en su historia que aún le genera dolor y resentimiento. En la historia “reciente” de Guatemala, este período corresponde a la época de la Guerra Fría, que comienza con la caída del segundo régimen liberal (1871-1944) y que termina con la destrucción de la capacidad bélica de la guerrilla socialista y el retorno a la democracia civil (1982-1986). Esta época es importante para el país, porque sirvió de parte-aguas entre la modernidad y la pos-modernidad nacional, entre el indio como sujeto del Estado y el maya como formador del Estado, entre la ciudadanía limitada a la ciudadanía universal, entre la política de hombres a la igualdad de géneros y entre el catolicismo omnipresente a la competencia religiosa.
Sin embargo, hubo cosas que no cambiaron, como nuestra alta dependencia de los mercados estadounidenses, una economía predominantemente agrícola, un régimen oligárquico, discriminación al indígena, una cultura dictatorial y paternalista y una incapacidad de integración cultural, económica y política a nivel nacional. Es por estas razones, entre otras, que la época de la Guerra Fría genera tantos sentimientos encontrados entre los guatemaltecos, porque algunos ven en el régimen destronado de Arbenz (1951-1953) el inicio de una democracia ideal e igualitaria y otros el germen del comunismo radical, porque unos identifican a los presidentes militares como garantes del orden, que el país ha perdido el día de hoy, y otros los ven insignes de la represión. Como decía Michel Foucault, es difícil diferenciar entre el arrojo y la imprudencia, entre la soberbia y la dignidad, entre el amor y la obsesión.
En general, estos dos libros sobre la historia de Guatemala, de 1944 a 1989, escritos por el Doctor Carlos Sabino, son relevantes para la historiografía guatemalteca por tres razones principales. La primera razón es que nos permiten balancear la multiplicidad de libros escritos sobre la época desde una perspectiva anti-gubernamental, aunque los libros en sí no sean balanceados. Y, aunque Sabino desarrolló una investigación muy amplia, de fuentes primarias y secundarias, creo que el lector no deja de percibir un cierto apoyo retórico a las acciones de los gobiernos anticomunistas de la época y una constante crítica a las de los socialistas.
En segundo lugar, este libro es relevante por la calidad investigativa puesta en su creación. Ciertamente la claridad y calidad narrativa se ven ayudadas y fundamentadas en una profunda investigación de la época. Más allá de contentarse con el estudio de libros o archivos históricos, Sabino enriquece el texto con una gran cantidad de entrevistas a actores que vivieron y participaron en la mayoría de los eventos contados. Y es esta multiplicidad de fuentes la que hacen a ambos tomos una fuente valiosa de información para el estudioso de los años de la Guerra Fría en Guatemala, o para el guatemalteco interesado en conocer la historia de su país.
En tercer lugar, la importancia de estos libros radica en su orden, su claridad narrativa, y su facilidad de lectura. Creo que si uno quiere pasar un buen rato leyendo historia de Guatemala desde una nueva perspectiva, los libros de Sabinos son la herramienta ideal para hacerlo. Allí uno puede encontrar a Sabino criticando las acciones de Máximo Cajal, ex-embajador de España en Guatemala, y de las interpretaciones socialista de la historia nacional; también uno encuentra una crítica muy buen fundamentada a los datos estadísticos sobre las muertes ocurridas durante la Guerra Civil; y, también, un muy bien trabajado y, de alguna forma velado, apoyo al gobierno de Ríos Montt.
Finalmente, solo me queda decir que estos son uno de los mejores trabajos sobre historia guatemalteca escritos en los últimos años y que es de agradecer a Sabino por traerlos al mundo. Y, si alguien me pregunta cuanto le daría a estos libros de 0 a 10, yo diría: “un nueve”.